miércoles, 30 de noviembre de 2011

nueve

La pintaron de azul celeste por vergüenza, los minimalistas olvidaron la complejidad de la brocha. Y a lo lejos, los campesinos que vienen a la ciudad en un día soleado jamás sospechan que ahí existe una casa que atesora vestigios prehispánicos. Y calendarios colgados en sus paredes de mujeres aztecas sensuales, tan artificiales como el presente carente de antiguas tradiciones. La traición del tiempo incrementa la dependencia al plástico para crear cosas hermosas. Silicón de las grandes esculturas. Bolígrafos Bic que usan los poetas. Platos de plásticos para degustar el sazón del chef moderno. Un vaso desechable para beber pulque a la orilla de la ciudad de las oportunidades.

Las oportunidades son bestias hambrientas, insaciables. Tienen el estómago desproporcionado, cuya medida es abismal. Ocupa todo el llano. Los municipios, perdón, quise decir las delegaciones. El valle. El mapa del altiplano central. A un costado del Trópico de Cáncer.

Y las niñas que se quedan en las chozas rurales recortan con tijeras papel china la sombra de los padres ausentes, devorados por las oportunidades. Desconocidos que habitan la ciudad más conocida. Desconocidos que pasaron sin sospechar la casa azul en la cima del cerro. Desconocidos que ignoraron los lentes de aquel que confiaba demasiado en la mirada igual que las moscas que ignoran la bolsa transparente llena de agua en su último revoloteo.

Gracias a las niñas abandonadas y olvidadas en chozas sin color las sombras no son negras sino ricas en colores. La ausencia es el color de los hombres que se van y nunca vuelven. Sólo los hijos de los patrones de los hombres ausentes que vienen para dejar preñado al poblado. La vida es un ciclo de idas conocidas y vueltas desconocidas. La vida es la alegre confusión de las niñas que brincan en círculo, agarradas de la mano, al atardecer. Las taranietas esperando a los tarabuelos que nunca volvieron. Las taranietas que leyeron en una pequeña cueva "Aquí estuvieron Joaquín y la tarabuela (que tachó su nombre cuando se cansó de esperar)".

domingo, 26 de junio de 2011

Ocho

La tierra calcarea no llamaba su atención. En su imaginario el tiempo había muerto. En la caverna se desabilitaron los relojes y sólo quedaron las pinturas naturales de los frutos maduros. Él las tomó y diseñó una geometría desconocida. Abrió los ojos. Había vuelto. El viejo desquiciado seguía en la misma esquina. Planeaba su siguiente graffiti "Ya no hay más cavernas", se decía. Siempre quisé ser decorador de exteriores. El arte Acá es la onda ¿No maestro? No sé porque a la gente linda de este condominio no le gusta. Ya es la tercera vez que me pintan mi graffipestre. La vez pasada me salió más natural el bisonte, neta hijo, y aún así lo pintaron. Otro día les pinté una Rayuela, y un juego de Stop y... ¿No ves que si pintas el mismo bisonte en tres casas seguidas, ya tienes un performance? Pero la gente no entiende eso. Son reteincultos. Allí van y me pintan mi arte Acá Pues no tengo pa'l papel jefa, no se me ponga loca. Además debería darme chance de que vaya por los valoradores de arte y le digan que vive en una casa única, con una obra chingona. Con suerte en unos años, hasta me la avalan con el Patrimonio de la Humanidad. Ya ve a esos muralistas. Ahora sus obras son patrimonio y ustes me dice que las mías son patridemonio. Chale güera. Me buscaré otro condemonios ya que insiste, para hacer mi performance urbano, así como vi fotos en Figueras. Todo un conjunto habitacional lleno de caras pintadas con aerosol. Esas son las nuevas ciudades mágicas damita. Pero ta'bueno. No más porque no quiero que me cumpla la demanda por ayanamiento de morada, o algo así. Cuídese madresita, damita chula. Me gusta mantener el anonimato, pero ya que me cachó en pleno trazo artístico, como al Miguel Angel cuando hizo la Sexistina ¿Si se llamaba así, no chula? No me mire así, ya me voy. Verga, allí escucho la sirena. Me tengo que pintar de colores. Disculpe madre, dejaré que los pintores minimalistas le dejen su casa de nuevo de a un solo color.

martes, 8 de febrero de 2011

siete

Sólo los primeros pintores que subían a la azotea de una casa construida con lodo, la primera arquitectura tras dejar las cavernas, fueron capaces de crear la apariencia de los ángeles, seres que nunca vieron pero que sentían en lo fondo de su corazón.

Y esos dibujos en la tierra fueron borrados por el viento, pero la imagen sobrevivió en la memoria de sus descendientes hasta que a un hombre se le ocurrió crear muros de piedra plana para hacer murales, ya no había espacio en las cavernas para pintar ángeles. Y todos estaban hartos de ver como los ángeles se deformaban por la subjetividad de la memoria.

Así fue como Joaquín, al salir al campo y caminar por horas hasta perderse en el fondo del bosque, entró a una caverna para refugiarse del frío nocturno y la lluvia. Al día siguiente, despertó de un sueño insípido para despertar en una realidad que no le correspondía. No eran pinturas rupestres lo que vio sino cubos de piedra, esos bloques de unas ruinas que los tatatatatataranietos del primer hombre que dibujó un ángel en la tierra con una rama quisieron salvar. Según las leyendas de aquel tiempo, no hay que abandonar los primeros dibujos imperecederos de los ángeles en dichos bloques de piedra, sino cargarlos hasta la caverna. Algún día en un futuro muy lejano, otro portador de la misma sangre descubriría por accidente el tesoro familiar. Las coincidencias no existen para quienes lleven una historia olvidada en sus venas.

Joaquín llegó ahí porque al cumplir ochenta años, su sangre tenía el presentimiento que todavía quedaba una última tarea pendiente por realizar. Y los presentimientos se explican al caminar para despejar la mente.

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