Las oportunidades son bestias hambrientas, insaciables. Tienen el estómago desproporcionado, cuya medida es abismal. Ocupa todo el llano. Los municipios, perdón, quise decir las delegaciones. El valle. El mapa del altiplano central. A un costado del Trópico de Cáncer.
Y las niñas que se quedan en las chozas rurales recortan con tijeras papel china la sombra de los padres ausentes, devorados por las oportunidades. Desconocidos que habitan la ciudad más conocida. Desconocidos que pasaron sin sospechar la casa azul en la cima del cerro. Desconocidos que ignoraron los lentes de aquel que confiaba demasiado en la mirada igual que las moscas que ignoran la bolsa transparente llena de agua en su último revoloteo.
Gracias a las niñas abandonadas y olvidadas en chozas sin color las sombras no son negras sino ricas en colores. La ausencia es el color de los hombres que se van y nunca vuelven. Sólo los hijos de los patrones de los hombres ausentes que vienen para dejar preñado al poblado. La vida es un ciclo de idas conocidas y vueltas desconocidas. La vida es la alegre confusión de las niñas que brincan en círculo, agarradas de la mano, al atardecer. Las taranietas esperando a los tarabuelos que nunca volvieron. Las taranietas que leyeron en una pequeña cueva "Aquí estuvieron Joaquín y la tarabuela (que tachó su nombre cuando se cansó de esperar)".